Les recomiendo que tomen un par de periódicos o, en su defecto, un buscador de internet. Localicen una foto (no muy reciente, pues ha cambiado de aires) de Monserrate Guillén y otra del alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo. El parecido dista mucho de ser absoluto, pero si uno presta atención puede ver algunas semejanzas. De figura recia y fuerte, corpulentos sin dejar por ello de poseer cierto atractivo; dos barbas blancas (Monserrate ya no) en rostros coronados por un pelo cuyas canas destilan a partes iguales experiencia y cultura. Las similitudes van más allá de lo físico, vean si no cómo ambos han crecido laboral y existencialmente en el campo de la enseñanza, cumpliendo con una inestimable labor con los más jóvenes. Los dos son, además, reconocidos ecologistas, preocupados por el devenir del entorno natural que les rodea e implicados en los problemas sociales de sus comunidades de vecinos. Es ingenuo entrar en consideraciones morales, pero me aventuraría a decir que ambos están realmente concienciados con contribuir a cambiar el mundo en el que viven, y que lo han demostrado con una honrada y larga trayectoria de participación política. Guillén ha llegado a ser alcalde de Orihuela, Gordillo lo es de Marinaleda y ,además, diputado en la Junta de Andalucía y es bueno recordar que ninguno de ellos se ha enriquecido merced a sus cargos. Y , sin embargo, a pesar de las coincidencias físicas, sociales y biográficas, cuando se rasca más a fondo, llega el terreno de las diferencias: Guillén es un alcalde en precario equilibrio en una ciudad de 90.000 habitantes, vilipendiado por unos, traicionado por otros, desconocido más allá de nuestro término municipal y sin más base social que un partido sin corpus ideológico, Monserrate Guillén pasará sin pena ni gloria por la historia de Orihuela como un político más de los muchos que tuvimos; Gordillo, por el contrario, es el alcalde de un pueblo de apenas unos miles de almas, diputado de una de las autonomías con más pobres de España, referente de la izquierda de todo el estado desde los años 80, seguido por los campesinos y obreros de su tierra, respetado por gran parte de la población, temido e injuriado por una minoría bien peligrosa y respaldado por la base social de uno de los sindicatos más combativos de España. Es entonces interesante preguntarse cómo dos personas con tantas semejanzas políticas y sociales desembocan en roles tan diferentes en el mundo en que viven.
Tomen de nuevo las fotos, no busquen en los ojos ni el corazón. Miren sus frentes. En la frente de Gordillo, más allá de las arrugas hechas al sol y llenas de sinsabores y decepciones, más allá de sus capas de piel y huesos, hay en el cerebro del andaluz una especial conexión neuronal, una sinapsis muy particular que no hay en la de Guillén. Eso no quiere decir que uno sea más listo que el otro, lo que quiere decir es que Gordillo ha entendido (o aprendido) algo que Guillén no. Y dado el mundo que vivimos esto no es tanto demérito de nuestro alcalde como mérito del andaluz. Gordillo ha entendido lo que Marx, el Che Guevara y otros muchos entendieron. Algo que no sólo captaron mentes preclaras o líderes políticos, sino también humildes jornaleros que yacen en cunetas, personas anónimas y quizá poetas como Miguel Hernández, pues lo plasmó brillantemente en sus Poemas Sociales de Guerra y Muerte. Y ese algo no es otra cosa que la irreconciliable contradicción capital-trabajo. Tanto Guillén como Gordillo han visto la pobreza de un humano y la agonía de la tierra, y ambos han tratado de dar respuesta a esos problemas. Lo que ocurre es que uno se ha centrado en el síntoma, en lo inmediato y el otro se ha cuestionado algo más profundo que Marx denominó “la ley económica fundamental que rige la sociedad moderna”. Por eso Gordillo ha visto claramente cómo los beneficios del capital ,sus demandas y continuos reajustes provocan calamidades humanas por doquier; ha entendido que lo que es bueno para el capital es perjudicial para el trabajador y que así lo demuestran las continuas reformas laborales y crímenes de todo tipo cometidos en nombre del interés de la minoría a la que representan los gobiernos. La cuestión está en que entender eso te permite razonar de otra manera y en un ejercicio silogístico de lo más básico Gordillo ha dilucidado otra cosa aún más importante, a saber: allí donde vive el capitalismo, muere la democracia. Y entonces el andaluz ha visto (lo lleva viendo desde los 70) que los actores y partidos políticos no pueden situarse en medio de una contradicción, sino que han de tomar bando: o con el capital o con el trabajo.
Justo ahí estriba la gran diferencia que media entre uno y otro: Gordillo ha elegido el bando del trabajo y Guillén titubea en medio de dos intereses inconciliables pretendiendo hacer un quince con dos ochos. Así, mientras Guillén celebra estultamente que vengan a nuestro pueblo más macrocentros comerciales a imponer condiciones esclavistas de trabajo; mientras se rasura la barba y pierde la dignidad para recibir y lamer el trasero de homófobos obispos y mientras estrecha la mano del criminal de Fabra como si fuera un colega más…en resumen, mientras Guillén anda de necedad en necedad Gordillo hace todo lo contrario: él no se preocupa de cómo gestionar el capital, sino de cómo atacarlo. Y lo hace allí donde este vive: ocupando fincas de terratenientes que destruyen empleo mientras reciben subvenciones europeas; expropiando supermercados que enriquecen a una minoría a costa de pisotear a sus trabajadores y monopolizar la venta de alimentos; paralizando los bancos donde se esconden los mayores criminales y gritando en las bases militares que bombardean en nombre del petróleo.
Si no asumimos esa gran diferencia exigiendo a cada político que se pretenda “defensor del pueblo” que demuestre claramente si está con el trabajo o con el capital y si las iniciativas populares que nazcan para defendernos no se hacen cargo de la naturaleza del capitalismo no estaremos más que poniendo tiritas en una herida que se desangra y en lugar de salvarnos la vida estaremos, como mucho, alargando la muerte.
Karlos Bernabé (Militante de IU Orihuela)
Justo ahí estriba la gran diferencia que media entre uno y otro: Gordillo ha elegido el bando del trabajo y Guillén titubea en medio de dos intereses inconciliables pretendiendo hacer un quince con dos ochos. Así, mientras Guillén celebra estultamente que vengan a nuestro pueblo más macrocentros comerciales a imponer condiciones esclavistas de trabajo; mientras se rasura la barba y pierde la dignidad para recibir y lamer el trasero de homófobos obispos y mientras estrecha la mano del criminal de Fabra como si fuera un colega más…en resumen, mientras Guillén anda de necedad en necedad Gordillo hace todo lo contrario: él no se preocupa de cómo gestionar el capital, sino de cómo atacarlo. Y lo hace allí donde este vive: ocupando fincas de terratenientes que destruyen empleo mientras reciben subvenciones europeas; expropiando supermercados que enriquecen a una minoría a costa de pisotear a sus trabajadores y monopolizar la venta de alimentos; paralizando los bancos donde se esconden los mayores criminales y gritando en las bases militares que bombardean en nombre del petróleo.
Si no asumimos esa gran diferencia exigiendo a cada político que se pretenda “defensor del pueblo” que demuestre claramente si está con el trabajo o con el capital y si las iniciativas populares que nazcan para defendernos no se hacen cargo de la naturaleza del capitalismo no estaremos más que poniendo tiritas en una herida que se desangra y en lugar de salvarnos la vida estaremos, como mucho, alargando la muerte.
Karlos Bernabé (Militante de IU Orihuela)
Muy bueno Karlos, me gustó el tono casi poético que empleas. Y tienes mucha razón en lo de Miguel Hernández. Abrazo
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