La dignidad de Julio Anguita indigna a los indignos:
La luz que prendió y se convertirá en fuego.
Jon Juanma
Hace poco he vuelto a ver en vídeo una charla que Julio Anguita realizó junto al desaparecido Saramago en Cáceres (Extremadura), en el año 1999, dentro de un coloquio llamado “Alternativas al neoliberalismo, la Izquierda con Saramago”1. Tuve la oportunidad de presenciarla hace tiempo en un conocido canal de streaming y, desde el primer momento, me cautivó la claridad y la pasión con la que hablaba el ex-coordinador general de Izquierda Unida y del Partido Comunista de España. Pero después de volverlo a disfrutar me veo en la obligación moral de escribir estas líneas.
Sin embargo, no se lleve el lector a engaños. Éste no es otro artículo revalidando con paralítica nostalgia “nuestras viejas glorias”: los tiempos de un PCE fuerte en la lucha antifranquista, las CCOO contestatarias de Camacho, los de una Izquierda Unida relevante con un líder peligroso para los poderes fácticos preocupados ante el hecho de tener una izquierda con un apoyo electoral superior al previamente diseñado por los restauradores borbónicos (Carrillo incluido), etc. No, no es nada de eso. No conseguiremos más que el solipsismo rebozándonos en las victorias parciales del pasado, ampliamente superadas por las derrotas del anteayer. Me da rabia cuando prestamos más atención a los álbumes de fotos descoloridos que a los proyectos de futuro pincelados en nuestras mentes con los tonos de la ilusión basada en la esperanza y el trabajo duro. Es sintomático de que estamos más muertos que vivos, más perdidos y temerosos que decididos y valientes. Este artículo no caminará por esa habitual senda obstruida. Al contrario, es un homenaje activo a un discurso, el de Julio Anguita, que desde el ayer ruge por volver a nuestros días con imperativo de presente continuo. Unos minutos audiovisuales que golpean nuestras conciencias a cada momento que lo oímos gracias al saber humano compartido transformado en tecnología comunicante2. Fotogramas y ondas que establecen un diálogo apelativo con todos nosotros en un presente que huele a futuro antes de ser pisado, pasado. Ahora, en el 2011, doce años después de aquella oratoria. Nada más y nada menos.