miércoles, 23 de marzo de 2011

Microhistoria, “UN PUEBLO DE IZQUIERDA”

No era el mejor domingo para la señora Y., llovía y el viento soplaba fuerte, pero había que salir a la calle. El día anterior había mantenido una acalorada discusión con dos de sus vecinos acerca de ese monumento religioso que, siendo ella activista por el laicismo, no podía por menos que molestarle por cómo simbolizaba la unión de Iglesia y Estado, así que optaba por que se derribara e hiciera otro diferente. Uno de sus vecinos, profundamente católico y peligrosamente temeroso de dios (hasta el punto de sonrojarse y hablar nerviosamente de fútbol cuando adquiría profilácticos en farmacias de guardia de otros pueblos a horas intempestivas) argumentaba que el monumento debía quedarse donde estaba, incluso agrandarlo si era preciso y que la santa madre Iglesia debería recuperar su influencia porque el mundo avanzaba en una dirección que.... Sus divagaciones acababan perdiéndose como un eco y la mayoría de vecinos lo ignoraba . No obstante el otro de sus vecinos, el señor X., sí ofrecía una postura contraria e interesante, decía que aquel monumento estaba lejos de ser un símbolo religioso, que quizás lo fuera en su momento pero no ahora. Reconocía que los “dueños” de ese momento eran asesinos y criminales, pero que eso no era razón para negar que aquella obra había degenerado hasta el punto de que ya no era concebido como algo religioso, sino estrictamente cultural, por lo que quitarlo supondría cercenar la identidad del pueblo, además de que no causaba ningún daño material, sólo, y si acaso, simbólico. La señora Y. discrepaba profundamente, tenía motivos y razones varias para seguir la discusión y ahondar en la misma , cuando de pronto entró en el portal la Señora Empiria, elegante y tranquila siempre, sin más maquillaje que su propia belleza: "Buenos días" dijo, "¿otra vez de tertulia?, bien, muy bien, es sano el discutir, pero no se les haga tarde, mañana es la discusión de verdad”. Y no le faltaba razón, ese domingo, en el que se encontraba la señora Y. caminando hacía el pequeño local de su barrio, tocaba expresarse de otra forma.

Durante el paseo recordó antiquísimas conversaciones mantenidas con el matrimonio que otrora vivió en el ático del edificio: Pepe y Zoe. Él, antiguo, feo y huraño; ella, algo más simpática, era más moderna, de padre alemán y madre americana, siempre pronunciaba la primera letra de su nombre como una S fuerte, imperativa. Era un matrimonio de diferencias superficiales pero de una inquina interna similar. Rememoró cómo este simpático pero pernicioso matrimonio le insistía una y otra vez en lo quimérico de sus propuestas, se desternillaban de risa ante la mera posibilidad de que la gente votara esas cosas que la señora Y. decía; eran contrarios a cualquier forma de Referéndum en todo tiempo y lugar y, de hecho, temblaban con el solo hecho de escuchar las palabras "voluntad popular"; decían que lo de democracia directa era una entelequia y que ellos, que se declaraban voz de la experiencia, lo único que gustaban de tener en forma “directa” era la retransmisión del Gran Hermano (la señora Y no sabía si se referían al programa de TV o a algo de orden superior, y eso la atemorizaba). Se declaraban "adoradores de la ley"y ,como todo adorador, jamas se paraban a a valorar si sus adoradas normas eran buenas o malas, se sometían a ellas y punto(y lo que era peor, insistían en someter a los demás, con todos los medios). El matrimonio se ruborizaba, cuando no enfadaba e incluso insultaba, cuando la señora Y. le hablaba de estas y otras cosas. Ellos le decían que eran cosas imposibles, ella les decía, como una vez dijera alguien, que no confundieran imposible con imposibilitado. Lo imposible lo era per se, lo imposibilitado lo era por culpa de algo o alguien, sólo era cuestión de acabar con esos algos y alguienes,. Cuando les decía esto podía ver el miedo en sus ojos, como si algo ocultasen. Un buen día Pepe y Zoe dejaron de hablar con ella, dejaron hasta de despreciarla, simplemente empezaron a pasar más tiempo del deseable con una pandilla de hermanos apellidada Mercados, que eran harto aficionados al crimen en todas sus formas. Un buen día aparecieron todos muertos, ningún vecino lloró por ellos, el macrofuneral estaba repleto de ricos extranjeros, las casas de los pobres se llenaron de celebraciones.

Revivió la señora Y estas y otras aventuras que,directa o indirectamente, la habían llevado a la situación actual, a verse en el pequeño local electoral de su barrio rellenando una papeleta en la que le preguntaban (a ella y a todo el pueblo) por varias cosas: por el monumento sobre cuyo derribo tanto se discutía; por el nuevo nombre de un par de calles; por la aprobación de la ligera subida de salario de un regidor que había tenido un hijo y alegaba tener más gastos junto a una esposa convaleciente...

Al salir del local la señora Y. , luciendo ya de nuevo el sol, se le acercó uno de sus vecinos y le preguntó exultante: ¿Qué, señora Y. ganaremos esta consulta?. Ella esbozó una sonrisa y, reviviendo los días en que luchaba por votar como ahora había hecho, le respondió amablemente: "No se preocupe por la consulta, hace ya tiempo que ganamos”.



Karlos Bernabé Martínez

1 comentario:

  1. Felicidades Karlos, una microhistoria muy inspiradora. Ojalá algún día lleguemos a ese mundo, nos queda todavía bastante, pero con historias como la tuya lo sentimos más cercano y nos da fuerzas para caminar a su encuentro. Abrazo!

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