Hay ocasiones en que los niños se van a jugar con los amigos y vuelven a casa llorando. Entonces la madre o el padre les preguntan qué ha pasado. Si los pequeños no son capaces de decírselo, los padres investigan por su cuenta hasta dar con la causa. Algunas veces son las compañías, otras resultan los propios juegos...
Históricamente los mejores entretenimientos infantiles persiguieron el hacer pasar un buen rato a los más pequeños, provocarles sonrisas, animarlos a compartir, aprender, etc.; pero los hay que también consiguen justo lo contrario.
Los malos juegos suelen finalizar con el llanto de un niño (o de varios). Acostumbran a ser crueles y los buenos padres intentarán, una vez descubiertos, que sus hijos no se acerquen más a ellos. Aquí no hay negociación posible, los juegos tienen sus normas y si hacen daño es mejor no volver a jugarlos. No hay diálogo ni reforma posible cuando la regla es golpear al más débil o arrancarles las antenas a los animalitos, jamás se debe volver si no se tolera que la diversión principal sea mofarse del resto de los compañeros.